Otra inútil canción para la paz
EL ANARQUISMO EDUCATIVO - Ivan Illich
Me gustaría que mi primera entrada al blog, más allá de la presentación, fuese sobre un tema inspirador o motivador para todo aquel que me lea. Sin embargo, tengo una preocupación; mejor dicho, tenía una preocupación. Una preocupación que nunca había sabido de dónde venía, cómo denominarla o cuáles eran sus características. No obstante, era consciente de que existe un problema en relación al sistema educativo. Son muchos problemas los que realmente rodean a este sistema, pero no es algo en específico a lo que me refiero, sino más bien una cuestión estructural. Sí, definitivamente es algo estructural y no es un pensamiento al que, por suerte o por desgracia, haya llegado por mi propio pie, sino que me he visto "iluminado" (en la peor de las connotaciones que se le pueda dar a esta palabra) con el primer capítulo de "La sociedad desescolarizada", obra cumbre del polémico pensador austriaco Iván Illich.
Nadie duda de que la escuela sea una institución formal. De hecho, todo el sistema educativo lo es. Nadie duda de que lo sea. Tiene unos objetivos, unas normas internas, un sistema jerárquico y son estables en el tiempo. Sin embargo, guardan una relación completamente asimétrica con el resto de instituciones y es que tiene una serie de características que solo son propias del sistema educativo y que, fuera del mismo, no tendrían ningún tipo de sentido. En todas las instituciones se aprende algo. Al fin y al cabo, la práctica reiterada siempre conlleva un aprendizaje. Sin embargo, el sistema educativo es la única institución en la que el aprendizaje es un fin en sí mismo, es el objetivo principal. No hay pregunta que más tema un profesor que la de "¿esto para qué sirve?", puesto que ese conocimiento impartido ha de ser válido de por sí, los alumnos deberían querer aprender por el simple hecho de aprender. Además, fomenta la transmisión de una serie de conocimientos abstractos u obsoletos que rara vez encuentran una relación con su realidad. Es más, estos conocimientos son socialmente percibidos como necesarios y se considera inteligente a quien los posee y "tonto" al que carece de ellos. De hecho, el sistema educativo crea un tipo de desigualdad que es socialmente percibida como válida, como menos mala o como más merecida: la desigualdad de estudios. Por si fuese poco, plantea un aprendizaje de tipo memorístico, basado en la lectura y en la escritura, métodos completamente tradicionales e ineficientes en comparación con otras técnicas de aprendizaje.
¿Qué estamos haciendo entonces? ¿Acaso sirve de algo? Cuando nos remontamos a la historia, vemos que los primeros intentos de imponer un sistema educativo obligatorio, abierto, gratuito y universal (en el siglo XIX) se dieron prácticamente a la fuerza. Es decir, a las clases bajas nadie les había preguntado si querían escolarizar o no a sus hijos. De hecho, si se hubiese hecho, probablemente se hubieran negado. Al fin y al cabo, los niños eran bienes de producción, mano de obra barata. Sus padres no iban a estar de acuerdo con que les quitasen una de sus principales fuentes de capital. Además, había mucha desconfianza porque la escuela fue un "proyecto impuesto por la clase alta". Estudiar se veía como algo desconectado del modo de vida obrero. No obstante, sí que había algunos sectores que hablaban de la necesidad de ser educados, pero objetaban que esta educación debía ser de la clase baja y para la clase baja. Sin embargo, estas primeras escuelas tan solo cubrían lo que hoy sería la Educación Primaria y seguían sin brindar acceso a estudios superiores. Por lo tanto, el panorama era el siguiente: te llegaba un señor bien vestido, bien hablado y aparentemente bien intencionado y, en otras palabras, te decía "Eres tonto. Como eres tonto, no puedes educar a tu hijo. Como eres tonto, te vamos a quitar a tu hijo, que también es tonto y le vamos a enseñar una serie de cosas que no entendéis porque, como ya te he dicho, eres tonto y, después de 6 años, le vamos a dar un papelito que no sirve para absolutamente nada y tendrá que volver a trabajar al campo, como los demás tontos".
¿Acaso ha cambiado algo? ¿Acaso hemos siquiera avanzado desde aquel entonces? Voy a decir más aún y esto es una cosa que va a doler a la mayoría de personas que pensamos dedicarnos a esto. ¿Acaso los maestros no hacemos más que perpetuar este sistema que tan solo beneficia a las clases altas? Quien me conozca sabrá que esta es una de mis críticas principales hacia las fuerzas de seguridad del Estado, más en concreto a la Policía Nacional y a la Guardia Civil. Considero que son dos instituciones al servicio de la clase dominante. Es decir, que sin ser ellos parte de la élite social, son creadores y perpetuadores del actual sistema que impone el capitalismo extremo. En otras palabras, las multas afectan menos a quien menos porcentaje de su patrimonio suponen, los juicios son ganados por aquellos quienes se pueden permitir contratar a los mejores abogados, los ricos pagan más impuestos sí, pero conocen las maneras de desgravar el mayor porcentaje posible diversificando su capital entre sus diferentes empresas... Entonces, dentro de todo ese esquema, considero a las fuerzas de seguridad del Estado como un mero ejecutor de todo ese marco legislativo que beneficia a quien lo ha impuesto, habiendo sido totalmente absorbido y alienado por él, olvidando en todo momento que están mucho más cerca de ser ese abuelo al que desahucian que el dueño de esa compañía hotelera que está comprando todo su bloque de pisos.
Sin embargo, nunca se me hubiese podido a llegar a pasar (cuantos verbos seguidos) por la cabeza que el sistema educativo y, más en concreto, los maestros, fuésemos parte de toda esa cadena. De hecho, consideraba que estábamos mucho más cerca de ser el antídoto ante todas esas desigualdades, que el continuador y principal potenciador de ellas. El sistema educativo es un lugar tremendamente contradictorio. Se nos pide que seamos inclusivos y demos oportunidades a todos los estudiantes por igual para que puedan alcanzar su máximo potencial, pero que a su vez seamos selectivos y escojamos a la futura mano de obra, que separemos a los inteligentes de los no inteligentes, que mandemos a unos a la universidad, a otros a formación profesional, a otros a la fase extraordinaria... Se nos pide que fomentemos el orden social y creemos un buen ambiente que favorezca la cooperación y el trabajo en equipo, pero también que promovamos la crítica y el cambio social, que les hagamos cuestionar todo lo que vean a su alrededor y que compitan por un futuro mejor. De la misma forma, que ofrezcamos una enseñanza individualizada, pero no dejar de atender a todos por igual, que fomentemos los talentos o vocaciones de cada persona, pero que nos adaptemos a las demandas de mercado...
Además, considero que conseguir una buena educación pasa por tener claros los límites de la propia educación y no parece ni que los maestros los tengan claros. Porque no, la educación no lo puede cambiar todo. Cada vez, se confía más en la educación como solución a cada vez más problemas sociales. Parece ser un hecho que las sociedades donde más estudia la gente funcionan mejor. Por tanto, se llega a la falsa creencia de que muchos de los problemas que tiene una sociedad emanan de la falta de educación. Se cree que ampliando y mejorando la educación se acabará el desempleo juvenil, la crisis económica, el machismo, la xenofobia, la obesidad, el fracaso de España en Eurovisión, la gente a la que le gusta la pizza con piña… Cada vez que aparece un nuevo problema en lo social, se cambia la educación y se le asignan más responsabilidades a los maestros, lo cual genera un clima de hostilidad ante la evidente incapacidad de poder ofrecer una solución o, tan siquiera, abordarlo. Es más, cuando los profesores no son capaces de solucionarlo, la culpa siempre va para ellos, a pesar de que la solución real no requiera de ser educativa. Por ejemplo, si los jóvenes no encuentran trabajo, es un problema económico y su solución no está en el sistema educativo, sino en las empresas, los sindicatos y el gobierno.
En definitiva, llevo un buen rato disertando al respecto y la verdad es que ni encuentro, ni voy a encontrar, una explicación que me tranquilice, que me haga encajar todas las piezas del puzle en mi cabeza, que me alivie esta disonancia cognitiva. Sin embargo, sigue siendo mi pasión y la considero mucho más lícita que la de ser un matón con traje y placa. Debemos seguir luchando para que los niños sean conscientes de la realidad en la que viven, de aquello que es realmente importante y no tratarles de una manera u otra en función de su desempeño dentro del sistema escolar, ni muchísimo menos en función de su familia de origen. Mientras tanto, tenemos que vivir con nuestras incongruencias y seguir adelante, intentando sobrevivir dentro de este sistema que, nos guste o no, es el que tenemos.
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